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Despedidas (Okuribito)

Ficha técnica y artística

Reparto: Masahiro Motoki (Daigo), Tsutomu Yamazaki (Sasaki), Ryoko Hirosue (Mika), Kimiko Yo (Yuriko), Takashi Sasano (Shokichi Hirata), Kazuko Yoshiyuki (Tsuyako Yamashita)

Director: Yojiro Takita

Guionista: Kundo Koyama

Productores: Toshiaki Nakazawa, Toshihisa Watai

Música: Joe Hisaishi

Duración: 130’

Nacionalidad: Japón

Año de producción: 2008

 

Reseña de Mercè Ferriz Gil y Francesc Vieta Pascual
 
Premios: Oscar 2009 (mejor película de habla no inglesa), 10 premios de la academia de cine de Japón (mejor película, mejor director, mejor actor, mejor actor secundario, mejor actriz secundaria, mejor guión, mejor fotografía, mejor iluminación, mejor dirección artística, mejor sonido y mejor montaje)
 
Sinopsis
Daigo Kobayashi es un violonchelista que se ha quedado sin trabajo. Después de vender su amado instrumento, decide regresar con su esposa Mika a la casa de su difunta madre. Contesta un anuncio que busca gente para trabajar en “despedidas”, pensando que se trata de una agencia de viajes. Pero nada de esto, en realidad debe ocuparse en preparar a los muertos para su última despedida (www.cine365.com).
 

 
 
Aviso para navegantes: en este escrito usamos la película para pensar sobre aspectos de nuestro trabajo psicoterapéutico y hablamos de ella dando por sentado que el lector ya ha visto el film.
 
El material de la película
Lo primero que recibimos del film es el sentimiento que acompaña el retorno del protagonista a su pueblo natal: resulta más frío que cuando era pequeño. Se dirige con su nuevo jefe a un velatorio. Hace tan sólo dos semanas que trabaja como amortajador de difuntos (Nokanshi en japonés). Parecería que se trata de las primeras ocasiones en que va a realizar la práctica, pues su jefe le pregunta si se atreve con el trabajo de hoy. En este punto somos testigos de una ceremonia inaudita para un occidental, el oficio del Nokanshi, llevado a cabo con una delicadeza y elegancia extremas. Como espectadores recibimos el impacto implícito de la combinación de la belleza, la muerte y el dolor.
Creemos que existe una intención de presentar esta ceremonia sin previa explicación, con el objeto, tal vez, de que recibamos el impacto estético y sensorial: lo que vemos, los tenues sonidos que acompañan cada operación, etc. Lo que también es transmitido en esta primera escena ceremonial es una profunda ternura hacia el cuerpo que se está preparando. Mirar como alguien se relaciona con un ser que tiene ahora una existencia tan desconocida – y a menudo temida- por nosotros, los vivos, resulta desconcertante. Aquí hay uno de los momentos hábilmente escogidos de anticlímax de la película, que a través del humor nos ayudan a vivenciar la muerte y lo que la acompaña desde otras perspectivas.
Esta toma de contacto con la situación, casi una implosión, es la que también vive nuestro protagonista a lo largo de la historia.
 
Daigo Kobayashi carga con un violonchelo que a pesar de su belleza resulta caro y pesado. A nosotros, que acabamos de conocerle, nos sorprende cuan fácilmente se convence definitivamente de no poder encontrar otra oportunidad como músico. Sin embargo él mismo nos confiesa sentir un gran alivio al desprenderse de su pesado instrumento y esta vivencia implícita, todavía no comprendida en su totalidad, le lleva a pensar que, tal vez, se hallaba atrapado en un sueño que no era el suyo.
 
A través del transcurso del film vamos comprendiendo que se trata de un objeto mediante el cual el protagonista ha mantenido un vínculo con su padre, que le abandonó cuando él tenía tan sólo, seis años. En diferentes momentos de la película nos explicita que está resentido con él. Sin embargo y sin saberlo todavía, ha hecho suyo el sueño de aquél, pues tocando el chelo mantiene viva la relación con su padre. La “muerte” de la orquesta le permite contactar con la dificultad de tener un sueño propio y diferenciarlo del de su padre, quién, de pequeño, le obligaba a tocar. De este modo se rompe un equilibrio precario que le lleva a emprender un nuevo comienzo, volviendo al lugar de donde proviene.
 
El señor Sasaki, su nuevo jefe, parece ver desde el principio en Daigo un potencial que el propio joven ni sospecha tener. A medida que se desarrolla la historia advertimos que el encuentro entre Daigo y Sasaki resulta creativo y reparador para ambos. La receptividad de Daigo – que no debe confundirse con la pasividad o sometimiento de otros momentos- le da la oportunidad de reelaborar su historia: a través del aprendizaje del oficio de nokanshi, de la mano de Sasaki, puede acercarse a la muerte y empezar a comprender hasta qué punto es importante la despedida, tanto para el que parte como para el que se queda. Este es un aprendizaje de suma importancia para él, pues el abandono del padre y el fallecimiento de la madre encontrándose él en el extranjero, impidieron que pudiera vivir entonces dicha experiencia de una manera más reparadora.
Para Daigo lo reparador es entrar en relación con otro que le enseña a desarrollar su potencial, un padre implícito, permitiendo descongelar el duelo por la pérdida del vínculo con su padre real.
A su vez Sasaki – un hombre mayor, viudo y al parecer sin descendencia- encuentra en esta relación una oportunidad, sino la última, de transmitir su legado a alguien que le “despedirá” con tranquilidad, elegancia y lleno de afecto.
La esposa de Daigo, Mika, le quiere y le apoya en sus decisiones. No obstante, cuando finalmente descubre cuál es en realidad el trabajo de Daigo, que no se ha atrevido a contárselo, no puede continuar a su lado y se marcha. Al saber que está embarazada vuelve porque cree tener un buen motivo para convencer a Daigo de “llevar una vida decente”, pero adivina, por la reacción de él, que hay algo mucho más profundo. Sólo cuando tiene la oportunidad de presenciar a su marido llevando a cabo su oficio de nokanshi para despedir a un ser querido, la señora de los baños, puede entender su don y volver a mirarlo con admiración y amor. Es entonces cuando puede de nuevo acompañarle en la despedida más difícil para él. Daigo recibe la noticia de la muerte de su padre y si bien en un momento inicial se opone a enfrentarse con el pasado, la esperanza que le infunde su propia paternidad y el compromiso de su esposa junto a la ayuda de su jefe y su secretaria, permiten que reescriba su propia historia. Ahora puede despedirse de su padre, re-conocerlo y dejarlo partir sintiéndose en paz.
 
Lo relacional y la muerte
La película nos parece una pequeña joya del cine nipón que permite una aproximación novedosa a la experiencia de pérdida de un ser querido. Novedosa por la progresiva tendencia, sobre todo en occidente, de evitar casi cualquier tipo de contacto con nuestros allegados cuando fallecen; aunque no siempre fue así; ni siquiera hace tanto tiempo de ello.
A nosotros como terapeutas relacionales nos resulta interesante la transformación explícita que se da en los familiares de los difuntos. Nos parece que esta transformación viene facilitada por la experiencia relacional de presenciar la belleza, delicadeza, elegancia y ternura que transmite la ceremonia del nekanshi y que les confronta con sus ideas sobre la muerte y sus diversos sentimientos hacia el difunto. Según la técnica – o mejor el arte del Nekanshi-: “Para revivir un cuerpo frío y devolverle la belleza eterna había que ser cauto y preciso, y más que nada, estar lleno de afecto. Para estar presente en el último adiós y despedir al difunto había que estar tranquilo y cada movimiento debía parecer elegante.”
Para estar tranquilo, ser cauto y, en especial estar lleno de afecto, es necesario vencer el espanto que la desconocida muerte impone sobre los mortales. Ese espanto primario puede que sea el origen de todo miedo ulterior. Nuestro protagonista parece conseguir cierto alivio en los baños públicos, que representan el reencuentro con un lugar y un tiempo de consuelo, como cuando de pequeño, una vez el padre hubo abandonado el hogar, Daigo podía llorar desconsoladamente y “a solas” sin angustiar a su madre. También, en la preparación del difunto para la partida, el lavado supone una actividad central.
Esta historia propone acercarse a la experiencia de la muerte a través de la más explicita de las relaciones, esto es, el contacto físico y sensorial, como un camino para poder vivir lo que de implícito conlleva para cada uno esa experiencia. Este acercamiento hecho con belleza, serenidad y ternura es el que permite la trasformación.
Si la muerte es una puerta hacia algo que comienza, ¿no resulta más esperanzadora la despedida? Cuando menos invita a una reflexión sobre el discurso que impera en occidente acerca de la muerte y que determina nuestro modo de vivir la vida. La realidad es que poco sabemos acerca de ella, tanto científica como espiritualmente. Sin embargo, nos resulta francamente fácil quedar atrapados en ese discurso contemporáneo que cree saber que después de la muerte del cuerpo no hay nada más. Cada vez con mayor frecuencia lo que observamos como terapeutas es que lo que ayuda a las personas es aquello que rescata al individuo y le permite una nueva experiencia. Si vamos comprendiendo que en ello yace un gran potencial terapéutico, ¿seremos en algún momento capaces de mirar así nuestra propia despedida?
 

 

 

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