W.R.D. Fairbairn

SOBRE LA OBRA DE W. RONALD D. FAIRBAIRN

Carlos Rodríguez Sutil ©

 

INTRODUCCIÓN

La obra de Fairbairn dentro del movimiento psicoanalítico es sorprendentemente original, sobre todo si tenemos en cuenta la época en que fue realizada, años cuarenta y cincuenta principalmente. Parte de esta originalidad es atribuida por Ernest Jones a que Ronald Fairbairn desarrolló prácticamente toda su carrera aislado de la comunidad psicoanalítica. Harry Guntrip distingue tres fases en el desarrollo profesional de Fairbairn:

a)      el período freudiano (1927-1934),

b)      el período kleiniano (1934-1940), y

c)      el período propiamente fairbairniano (de 1940 hasta el final en 1965).

 

Con Melanie Klein se tiene la sensación de observar procesos puramente endopsíquicos que evolucionan con el estímulo, sólo parcial, de los acontecimientos externos. Por ejemplo, para Fairbairn la maldad del objeto (la madre) procede de no haber prestado la atención debida, mientras que para Melanie Klein esa maldad era una consecuencia del sadismo intenso, innato o de la pulsión de muerte. La teoría de las relaciones objetales que propone Fairbairn anuncia una epistemología intersubjetiva, externalista, en consonancia con el enfoque anticartesiano de autores recientes como Mitchell o Stolorow. Un hecho que parece ser afectó profundamente a Fairbairn fue la manifestación de una de sus primeras pacientes, tras varios años de terapia, que le dijo:

 

“Usted está siempre hablando de que yo quiero tener satisfecho tal o cual deseo, pero lo que yo realmente quiero es un padre”.

 

Fairbairn siempre estuvo en contra de las concepciones energetistas en psicoanálisis y en su madurez afirmó que lo que busca la libido desde el inicio no es la descarga sino al objeto; el placer libidinoso, dirá, no es más que un medio para obtener al objeto. Además, si pensamos la libido en relación con el objeto estará de acuerdo con el principio de la realidad, sólo si se concibe sin relación con el objeto es cuando sigue el principio del placer, y se trata, por tanto, de una falsa dicotomía. Si sólo buscara el placer no se explicaría el paso al proceso secundario. Freud recurrió a partir de 1920 al mecanismo de la compulsión a la repetición para comprender el fenómeno de la adherencia neurótica a una experiencia dolorosa pero, comenta Fairbairn, si consideramos que la libido busca primariamente al objeto no es necesario recurrir a ese mecanismo. Rechaza el concepto de pulsión de muerte y entiende que la agresión es una reacción a la frustración de las necesidades libidinales. El principio del placer no es la forma primaria de la actividad humana sino, más bien un deterioro de la actividad basada en el principio de realidad, más naturalmente primario.

Fairbairn concede gran trascendencia al entorno materno en la aparición o no del trauma. Los trastornos del desarrollo se producen cuando la madre no hace sentir al niño que lo ama por sí mismo, como persona. Estas madres pueden ser tanto posesivas como indiferentes de una manera semejante a las madres erráticas de las que hablará Winnicott para referirse a la maternidad errática en las psicosis provocadas por el ambiente.

Entre las aportaciones teóricas fundamentales se cuenta también la introducción de la posición esquizo-paranoide en la base de la estructuración psíquica, por lo que la escisión psicótica es el fondo de toda personalidad. También su concepto de las neurosis como formas de defensa ante las ansiedades básicas (psicóticas). Fairbairn elaboró igualmente una metapsicología propia y describió una estructura del psiquismo en términos de relaciones objetales, diferente de la freudiana. Finalmente, el objetivo de la psicoterapia no es tanto analizar la culpa o los conflictos inconscientes sino hacer salir los objetos malos interiorizados.

 

ESTRUCTURA Y DEFENSAS

     

Ronald Fairbairn postula, en un artículo publicado en 1944, Las Estructuras Endopsíquicas Consideradas en Términos de Relaciones de Objeto, que el aparato psíquico debe estar constituido por los objetos introyectados o interiorizados. Si las pulsiones no pueden existir en ausencia de una estructura del yo - digamos, de un psiquismo - no es posible establecer una delimitación práctica entre el yo y el ello. Si los impulsos no pueden ser considerados a parte de los objetos – externos o internos – no son, en definitiva, más que los aspectos dinámicos de las estructuras endopsíquicas. La represión, según Fairbairn, se establece sobre los objetos malos internalizados, pero no sólo sobre ellos, sino también con las partes del yo que buscan establecer relaciones con estos objetos. El yo, por consiguiente, se fragmenta, y unas partes se oponen a otras, proceso no muy diferente del que sugiriera Freud en Duelo y Melancolía, de 1915. El yo y el superyó reprimidos son estructuras, pues lo que se reprime son estructuras, no impulsos.

La tópica que propone Fairbairn consta de cinco instancias: Yo Central (YC), Yo Libidinoso (YL), Saboteador Interno (SI), Objeto Rechazante (OR) y Objeto Necesitado (ON).

 

Yo Central (YC): no tiene su origen en otra estructura (el ello como postulaba Freud) ni es una estructura pasiva que dependa de las pulsiones. Es una estructura primaria y dinámica, de la que se derivan las otras estructuras mentales.

Yo Libidinoso (YL): se deriva del yo central y no es un mero depósito de impulsos instintivos, sino una estructura dinámica pero más infantil, menos organizada, menos adaptada a la realidad y más cercana a los objetos internalizados.

Saboteador Interno (SI): no es un objeto interno, sino una estructura del yo y está relacionado con un objeto interno, el Objeto Rechazante.

 

Para explicar los otros dos elementos (OR, ON) debemos advertir que para Fairbairn el niño se vuelve ambivalente hacia su madre porque ésta se convierte en un objeto ambivalente, a la vez bueno y malo. Entonces divide a la madre en dos objetos e internaliza el malo, porque siente que en su interior las situaciones están bajo su control. El objeto malo internalizado, a su vez, tiene dos facetas, una que frustra – el objeto rechazante (OR) -  y otra que tienta y atrae – el objeto necesitado(ON)-.

El mecanismo responsable del proceso es la represión. La constitución de la estructura endopsíquica básica tiene lugar antes del Edipo. Lo que aporta el Edipo, en realidad, es la última capa en la estructuración del psiquismo. En el primer nivel el cuadro se encuentra dominado por la situación edípica misma. En el nivel siguiente está dominado por la ambivalencia hacia el padre heterosexual y en el nivel más profundo está dominado por la ambivalencia hacia la madre. El Edipo es un fenómeno más sociológico que psicológico, cuya mayor importancia reside en que divide el objeto ambivalente en dos, siendo uno el objeto aceptado, identificado con uno de los padres, y el otro el objeto rechazado, identificado con el otro padre.

Pero, de manera más genérica, propone una crítica de las fases del desarrollo psicosexual. Lo importante no es el canal sino la naturaleza de la actitud emocional personal, ya sea libidinal, sádica, destructiva o inhibida. Y en consecuencia se puede afirmar que el adulto no es maduro porque sea genital, sino que es capaz de relaciones genitales adecuadas porque es maduro. Ronald Fairbairn diferencia tres fases principales en el desarrollo:

·         Dependencia Infantil

o   Oral primaria

o   Oral secundaria

·         Transición

·         Dependencia madura

 

La fase oral, por tanto, como ya ocurría con Melanie Klein pasa a ser el fundamento de la organización del psiquismo y la época en que se forman las dos posiciones: esquizo-paranoide y depresiva. La caracterización de la posición esquizoide es una aportación original de Fairbairn, que introduce a partir de un artículo publicado en 1940, Factores Esquizoides de la Personalidad, aceptada después por M. Klein. Esta es la posición básica de la psique y cierto grado de disociación está presente de forma invariable en el nivel mental más profundo. En el esquizoide la intensa necesidad de un buen objeto de amor coincide con un temor igualmente grande a las relaciones objetales. Sin embargo, lo que aparece ante el exterior es una máscara de distanciamiento y apatía emocional.

Las psicosis son una manifestación de la dependencia infantil y de angustias primitivas, esquizoides y depresivas, mientras que las psiconeurosis son una defensa contra dichas angustias o, dicho en otras palabras, los estados esquizoides y depresivos no pueden ser considerados defensas, sino que son algo de lo que el yo se defiende.

En cuanto a las técnicas para defenderse de las angustias primitivas, se identifican cuatro:

 

 

TÉCNICA

 

OBJETO ACEPTADO

 

OBJETO RECHAZADO

OBSESIVA

Internalizado

Internalizado

PARANOIDE

Internalizado

Externalizado

HISTÉRICA

Externalizado

Internalizado

FÓBICA

Externalizado

Externalizado

 

La técnica paranoide consiste en expulsar fuera o proyectar el objeto rechazado. La técnica obsesiva es más desarrollada porque trata la excreción no sólo como la expulsión de un objeto malo (perseguidor), sino también como la separación de un objeto (en parte bueno) que puede ser perdido, con lo que se pone en funcionamiento la necesidad de controlarlo, es decir, retenerlo. El fóbico, como el paranoide, coloca el objeto rechazado en el exterior, pero no para reaccionar ante él con hostilidad sino para huir del mismo. El histérico, como el obsesivo, internaliza el objeto malo pero no intenta dominarlo sino que, como el paranoide, lo rechaza, usando en cambio la represión y la disociación. En definitiva, el obsesivo retiene e intenta dominar ambos objetos, el fóbico los trata ambos como externos, busca huir del malo y refugiarse en el bueno. El paranoide externaliza el objeto malo y lo ataca, y acepta el objeto bueno en su interior, identificándose con él, mientras que el histérico hace lo contrario, externaliza el objeto bueno y se adhiere a él e internaliza el objeto malo y lo rechaza en su interior.

 

RECOMENDACIONES TÉCNICAS

 

            Como sugiere Fairbairn en un artículo escrito en 1958 debemos suponer que el paciente ha sufrido importantes deprivaciones en la infancia y acude a nosotros con un intenso anhelo por lograr relaciones objetales. Puesto que la situación analítica ortodoxa impone la deprivación de las relaciones objetales con el analista (principio de abstinencia), su efecto es la reproducción de la deprivación originalmente sufrida. Esta situación es propicia para provocar una regresión en el paciente que le permita ver el principio del placer y los procesos primarios como técnicas realmente defensivas, es decir, no como fenómenos auténticamente primarios sino como reacciones a las carencias iniciales. La utilidad de la regresión terapéutica también ha sido destacada por Winnicott y por Ronald Laing y el movimiento antipsiquiátrico por él fundado en los años setenta. Sin embargo, Fairbairn se situaba en contra de la regresión como procedimiento terapéutico. Tal vez esto se deba al hecho de que él trabajaba con pacientes esquizoides, narcisistas y límites, ya de por sí regresivos.

            En cuanto a dos conceptos centrales de la terapia psicoanalítica, transferencia y resistencia, Fairbairn opinaba lo siguiente. La resistencia proviene del mantenimiento del mundo interno del individuo como un sistema cerrado. La transferencia puede entenderse como una forma de resistencia pues deriva de la fijación en los objetos internos y consiste en convertir al analista en uno de esos objetos internos.

            La tarea terapéutica debe entenderse como el intento por reducir la escisión original del yo recuperando las partes escindidas y colocadas en las instancias auxiliares, pulsiones y objetos parciales. Este intento produce resistencia en el paciente, resistencia que sólo puede ser superada cuando la transferencia ha llegado a un punto en que el analista se vuelve un objeto bueno, tan bueno que el paciente se atreve a exteriorizar sus objetos malos inconscientes. El psicoterapeuta, por consiguiente, se entiende como un “sucesor del exorcista” cuya misión no es tanto perdonar los pecados como desalojar los demonios. En psicoterapia la culpa actúa como una resistencia, como una defensa adicional a la represión, por lo que no es adecuado centrarse en la culpa edípica.