Stephen A. Mitchell

Introducción

por Ariel Liberman


“...lo peligroso no son las ideas equivocadas sino las sostenidas rígidamente”
Mitchell

Como probablemente sepa el lector, Stephen A. Mitchell murió muy joven, en un momento de gran fecundidad de su pensamiento. Como sostuvieron en la nota en memoria de Mitchell que publica la dirección de la William Alison White Institute, en el Sunday NY time el 24/12/00, tres días después de su muerte: “El mundo del psicoanálisis ha perdido una de sus estrellas más brillantes en la cumbre de su realización”. Coincido con ellos en que esta muerte prematura ha dejado al psicoanálisis huérfano de un profundo, claro y original pensador que, al decir de Fonagy (2001, p.125) “Se encuentra entre los dos o tres más significativos psicoanalistas que trabajan hoy en USA”. Ya no podemos dudar, pues, del reconocimiento y la influencia que Mitchell han tenido en el psicoanálisis contemporáneo. Podemos considerar su obra como la de uno de los representantes más lúcidos, a nuestro entender, de lo que hoy se conocemos como “Psicoanálisis Relacional”. Digo ‘uno’ ya que el mismo pensamiento de Mitchell y sus constantes declaraciones no dejan de enfatizar, como señala Greenberg (2001) en su descripción de la figura de Mitchell, que “…su juego era diferente del juego de la mayor parte de los psicoanalistas creativos que conozco; para Steve siempre era una empresa compartida. No es sorprendente que Steve jugase un rol central en el desarrollo de la teoría relacional ya que para él pensar, trabajar y construir ideas eran actividades que, en el mejor de los casos, crece a partir de la colaboración de la gente trabajando cercana e íntimamente con otros”. Sus libros y artículos así lo testimonian: son un diálogo constante con la historia del psicoanálisis, sus amigos, sus maestros, otras disciplinas. Pensar era, para él, pensar con otros. Esto también queda reflejado en el conjunto de proyectos institucionales en los que participó –ver los Apuntes biográficos que aparecen en esta misma sección-, proyectos que fuera de todo personalismo siempre tendieron a aglutinar a aquellos que compartían una sensibilidad común.

Esta forma de pensar, de trabajar y de funcionar institucionalmente lo llevó a participar de un proyecto como la IARPP, en donde conviven formas diferentes de pensar lo relacional o lo intersubjetivo y que se caracteriza, como sostienen Altman y Davies (Japa 51), en que “...aquellos que se refieren a sí mismos como psicoanalistas relacionales están más unidos por el tipo de cuestiones que se plantean, por el tipo de cuestiones clínicas y teóricas que ponderan, que por alguna respuesta particular o conjunto de respuestas a las que llegan. Si existe una característica que defina a los analistas relacionales podría ser la diversidad, el interés en el psicoanálisis comparado, un esfuerzo de cuestionamiento, desafío e integración”.

Siempre me gustó la definición que Lewis Aron, alguien que trabajó muy cerca de Mitchell durante muchos años, realizó de él: “un constructor de puentes”. Esta definición es válida tanto para su obra teórica, en la que la integración crítica de las diferentes tradiciones teórica de la comunidad psicoanalítica es un elemento central, como para su vida profesional-institucional. También podría ser una buena definición del trabajo clínico de cualquier psicoterapeuta psicoanalítico.

Pienso que la mejor forma de encontrarse con S. A. Mitchell, como con cualquier otro autor, es trabajando su pensamiento ya que, como decía Piera Aulagnier, no hay mejor homenaje que podamos hacer a un pensador que pensar su pensamiento, un pensar que esté lejos de cualquier ecolalia o “locura  recitante” –como diagnosticaba Kierkegaard a los Herr Profesors hegelianos de su época.

Cuentan que José Bleger decía que todos deberíamos colgarnos esos carteles que a veces vemos en las obras de las calles y que pone “en construcción”. Así se encuentra esta sección o dossier de la página que ahora se inaugura -igual que todos nosotros.

Sin duda Mitchell ejerció un liderazgo en los últimos años de su vida. Pero, como señala Enrique Pichon-Rivière en una clase dictada el 18/4/66: “El liderazgo funcional se caracteriza por el hecho de que es adjudicable; todo depende del momento de la operación. Por eso el liderazgo es situacional, instrumental, móvil”.